martes, 13 de marzo de 2012

Bolonia sin crédito


Las universidades españolas llevan cuatro años albergando estudios de grado. Estas carreras, que deben impartirse siguiendo un sistema educativo determinado por el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) y enfocado hacia la actividad profesional, requieren menor número de alumnos por clase que en las antiguas licenciaturas. Pero en España la implantación del nuevo sistema ha llegado acompañada de la crisis económica, lo que ha supuesto que cada año el presupuesto para las universidades descienda, tanto en materia de gasto corriente, como en el plan de inversiones. Esto provoca que las aulas sigan masificándose. La falta de dinero ha convertido un producto con posibilidades de éxito en un serio problema para todos aquellos que cursan un grado al lado de otros ochenta, noventa, o cien compañeros en la misma situación. Y es que como dijo Guy Haug, asesor de la Comisión Europea para Asuntos de Política Universitaria, “…no hay cambio sin dinero”.

En 2008, el último año de bonanza económica, en la Comunidad de Madrid se destinó un 30% más a las universidades públicas que en 2012. Lo que significa que todo lo referido al Plan Bolonia ha llegado a España para sustentarse por sí mismo, sin ayuda de los poderes públicos que apostaron por él. Y como en todo, las comparaciones son odiosas. Los países del centro y norte de Europa tienen una educación superior puntera. Solución: imitar su modelo. Allí se destina un alto porcentaje del PIB a las universidades. Solución: recortar de donde se pueda pero seguir adelante con el proyecto del EEES, porque de lo contrario España se quedaría atrás respecto a Europa. Esa postura es la que ha conseguido que Bolonia no funcione en España. La metodología activa de debate sobre temas estudiados previamente en casa, uno de los pilares básicos del nuevo sistema, no obtiene buenos resultados cuando hay demasiadas personas que deben intervenir en la hora y media de clase. Los más atrevidos consiguen hablar, pero la mitad de los argumentos se quedan en el tintero. Son acallados por el reloj.

Las actividades prácticas incluidas en las guías docentes de las asignaturas se diseñan para ser repetidas varias veces durante el curso. Pero cuando toca repartir los escasos laboratorios entre el total de alumnos, las cuentas no salen, y la habilidad que debía haber adquirido el alumno tras varias sesiones de prácticas se convierte en un recuerdo casi anecdótico de lo que en el futuro será su actividad laboral.

La inversión privada se abre camino en la financiación de las universidades. Según un estudio de Eurostat de octubre de 2011, España está por debajo de la media europea en cuanto a la inversión privada de la educación (12,9% del gasto total frente a un 13,8% de media europea). Esta salida se está barajando en los despachos del Ministerio de Educación, como anunció el pasado 9 de marzo la Secretaria general de Universidades, Amparo Camarero, como propuesta de mejora de la enseñanza universitaria. Es la alternativa que se está barajando para poder aumentar el presupuesto, ya que serían las empresas las que asumirían parte de los gastos, y así poder reducir, entre otras cosas, el número de alumnos por clase.

Durante el curso 2010/2011, con 423 grados distintos cursándose en las aulas, los informes de evaluación seguían posicionando a la educación universitaria española en muy buen lugar: dos de las universidades madrileñas se encontraban entre las cien mejores del mundo. Este nivel de excelencia ha sido recordado reiteradamente por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, que aprovechó la apertura del curso académico 2010/2011 para calificar de “esfuerzo singular” la inversión destinada a las universidades públicas por el Gobierno Regional a pesar de la crisis.

Pero los informes no pueden conocer del todo la realidad. Por mucho que intenten ser fieles a ella, hay aspectos que se escapan a las estadísticas. La excelencia hay que verla en las aulas, en el día a día de miles de alumnos a los que se les prometió un nuevo modelo educativo, gracias al cual podrían participar y adquirir habilidades prácticas útiles para su futuro, y que en cambio encuentran un sistema sin desarrollar, que aplica unas características del Plan Bolonia y deja pendientes otras, porque los recursos siguen siendo insuficientes.

El esfuerzo económico que hace la Comunidad de Madrid en tiempos de crisis puede tener como objetivo la mejora de la enseñanza universitaria. Pero el resultado no se corresponde con las intenciones. La aplicación de un modelo que se ajusta al EEES debe ir siempre del brazo de un aumento significativo de la financiación. Y la coyuntura económica de los últimos cuatro años no ha permitido que esto ocurra. En cambio, el Plan Bolonia ha seguido llegando a las aulas universitarias españolas, de uno u otro modo.

La cultura de la apariencia supone no querer reconocer lo que se tiene realmente. Y la implantación de los estudios de grado en España tiene bastante de esto. No es problema de un plan que se firmó en Italia en 1999, sino de la insistencia de seguir formando parte de un proyecto en el que el resto de jugadores puede apostar mucho más alto. Cada país debe conocer sus posibilidades, y España no lo ha hecho. Y entonces, surge la pregunta: ¿Bolonia funciona? Puede, pero no así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario